domingo, 25 de octubre de 2009

El Ruiseñor y la Rosa

-Dijo que bailaría conmigo si le llevaba una rosa roja -se lamentaba el joven estudiante-, pero no hay una solo rosa roja en todo mi jardín.
Desde su nido de la encina, oyóle el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado.

-¡No hay ni una rosa roja en todo mi jardín! -gritaba el estudiante.

Y sus bellos ojos se llenaron de llanto.

-¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y encuentro mi vida destrozada por carecer de una rosa roja.

-He aquí, por fin, el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Le he cantado todas las noches, aún sin conocerlo; todas las noches les cuento su historia a las estrellas, y ahora lo veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión lo ha puesto pálido como el marfil y el dolor ha sellado su frente.

-El príncipe da un baile mañana por la noche -murmuraba el joven estudiante-, y mi amada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos, reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará ningún caso. No se fijará en mí para nada y se destrozará mi corazón.

-He aquí el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí es pena para él. Realmente el amor es algo maravilloso: es más bello que las esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y rubíes no pueden pagarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni ponerlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.

-Los músicos estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. Tocarán sus instrumentos de cuerda y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rodearán solícitos; pero conmigo no bailará, porque no tengo rosas rojas que darle.

Y dejándose caer en el césped, se cubría la cara con las manos y lloraba.

-¿Por qué llora? -preguntó la lagartija verde, correteando cerca de él, con la cola levantada.

-Si, ¿por qué? -decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.

-Eso digo yo, ¿por qué? -murmuró una margarita a su vecina, con una vocecilla tenue.

-Llora por una rosa roja.

-¿Por una rosa roja? ¡Qué tontería!

Y la lagartija, que era algo cínica, se echo a reír con todas sus ganas.

Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina, reflexionando sobre el misterio del amor.

De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.

Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín.

En el centro del prado se levantaba un hermoso rosal, y al verle, voló hacia él y se posó sobre una ramita.

-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.

Pero el rosal meneó la cabeza.

-Mis rosas son blancas -contestó-, blancas como la espuma del mar, más blancas que la nieve de la montaña. Ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol y quizá el te dé lo que quieres.

Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía entorno del viejo reloj de sol.

-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.

Pero el rosal meneó la cabeza.

-Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los prados antes de que llegue el segador con la hoz. Ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante, y quizá el te dé lo que quieres.

Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.

-Dame una rosa roja -le gritó-, y te cantaré mis canciones más dulces.

Pero el arbusto meneó la cabeza.

-Mis rosas son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis venas, la escarcha ha marchitado mis botones, el huracán ha partido mis ramas, y no tendré más rosas este año.

-No necesito más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola rosa roja. ¿No hay ningún medio para que yo la consiga?

-Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.

-Dímelo -contestó el ruiseñor-. No soy miedoso.

-Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal -, tienes que hacerla con notas de música al claro de luna y teñirla con sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.

-La muerte es un buen precio por una rosa roja -replicó el ruiseñor-, y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perlas. Suave es el aroma de los nobles espinos. Dulces son las campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre?

Entonces desplegó sus alas obscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una sombra y como una sombra cruzó el bosque.

El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped allí donde el ruiseñor lo dejó y las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.

-Sé feliz -le gritó el ruiseñor-, sé feliz; tendrás tu rosa roja. La crearé con notas de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que te pido, en cambio, es que seas un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta sea sabia; más fuerte que el poder, por fuerte que éste lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su hálito es como el incienso.

El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo comprender lo que le decía el ruiseñor, pues sólo sabía las cosas que están escritas en los libros.

Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñor que había construido su nido en sus ramas.

-Cántame la última canción -murmuró-. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas!

Entonces el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que ríe en una fuente argentina.

Al terminar la canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuaderno de notas y su lápiz.

"El ruiseñor -se decía paseándose por la alameda-, el ruiseñor posee una belleza innegable, ¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas: puro estilo, exento de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no puede negarse que su garganta tiene notas bellísimas. ¿Que lástima que todo eso no tenga sentido alguno, que no persiga ningún fin práctico!"

Y volviendo a su habitación, se acostó sobre su jergoncillo y se puso a pensar en su adorada.

Al poco rato se quedo dormido.

Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las espinas.

Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas, y la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.

Cantó durante toda la noche, y las espinas penetraron cada vez más en su pecho, y la sangre de su vida fluía de su pecho.

Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha, y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras canción.

Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora.

La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal parecía la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.

Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.

-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.

Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen.

Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.

Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la rosa seguía blanco: porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa.

Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.

-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.

Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.

Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor sublimado por la muerte, el amor que no termina en la tumba.

Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.

Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió sobre sus ojos.

Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se le ahogaba en la garganta.

Entonces su canto tuvo un último destello. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo.

La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío del alba.

El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los rebaños dormidos.

El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.

-Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.

Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado de espinas.

A medio día el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.

-¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto rosa semejante en toda vida. Es tan bella que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre muy enrevesado.

E inclinándose, la cogió.

Inmediatamente se puso el sombrero y corrió a casa del profesor, llevando en su mano la rosa.

La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies.

-Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja -le dijo el estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderás cerca de tu corazón, y cuando bailemos juntos, ella te dirá cuanto te quiero.

Pero la joven frunció las cejas.

-Temo que esta rosa no armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad, y ya se sabe que las joyas cuestan más que las flores.

-¡Oh, qué ingrata eres! -dijo el estudiante lleno de cólera.

Y tiró la rosa al arroyo.

Un pesado carro la aplastó.

-¡Ingrato! -dijo la joven-. Te diré que te portas como un grosero; y después de todo, ¿qué eres? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que puedas tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del chambelán.

Y levantándose de su silla, se metió en su casa.

"¡Qué tontería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No es ni la mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica."

Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a leer.




Oscar Wilde

martes, 13 de octubre de 2009

La flor que no tenía polen.


Aun hoy me sigo preguntando…
Vos no entendes
Vos no entendes
Cayeron las hojas
Y soporte el invierno.
Y mira, a vos, justo a vos,
Te cautivaron
Cuando iba a florecer,
Íbamos a florecer.
No, no me digas.
Pequeño picaflor
No, no me digas nada.
Estoy aquí en una
Maceta móvil del infortunio.
Y aun hoy, aun hoy
Me pregunto
¿Qué es mi existencia?
Ayer, hoy, mañana.
Yo comprendo
Yo comprendo
Yo siempre comprendí.
Te vas, pero no volando.
Y no se mas nada.
Y no se mas nada de vos.
Y no se mas nada de nada.
Pero
Hoy no me quedo con Agua estancada.
Hoy nacen mis pétalos igual.



La autora. (van)

miércoles, 12 de agosto de 2009

Patti Smith


"No considero que escribir sea un acto silencioso, introspectivo. Es un acto físico. Cuando estoy en casa, con mi máquina de escribir, me vuelvo loca. Camino como un mono. Me humedezco. Tengo orgasmos. En vez de inyectarme heroína, me masturbo catorce veces seguidas. Tengo visiones. Naves descendiendo sobre las pirámides aztecas. Templos. Así es como escribo mi poesía"

jueves, 18 de junio de 2009

Los más raros.

No es frecuente verlos
porque donde hay multitud
ellos no están.

Esos tipos raros no son
muchos, pero de ellos
provienen los pocos
cuadros buenos
las pocas buenas sinfonías
los pocos buenos libros
y otras obras.

Y de los mejores de los
extraños quizás nada.

Ellos son sus propias
pinturas sus propios libros
su propia música
su propia obra.

A veces me parece verlos
por ejemplo cierto viejo
sentado en cierto banco
de una cierta manera
o
un rostro fugaz en un automóvil
que pasa en dirección contraria
o
hay un cierto movimiento en las manos

de un chico o una chica que empaqueta
las cosas en el supermercado.

A veces incluso es alguien
con quien estuviste viviendo
algún tiempo, te vas a dar cuenta
de una mirada rápida y luminosa
que nunca le habías visto antes.

A veces sólo notarás
su existencia repentinamente
en un vívido recuerdo.

Algunos meses
algunos años
después de que se hayan ido.

Recuerdo
a uno:

Tenía unos 20 años
iba borracho a las 10 de la mañana
se miraba en un espejo resquebrajado
de Nueva Orleans,
un rostro soñador contra los
muros del mundo

¿Qué ha sido de mí?


(Charles Bukowski)

viernes, 5 de junio de 2009

Como NO conquistar a una escritora

Lo primero que debes hacer
Es regalarle flores,
Rosas, en lo posible,
Recuerda que es lo más importante.

Luego debes decirle lo hermosa que es
Lo hermoso que le queda ese vestido,
Los labios pintados, los aros,
Todo.
Debes halagarla al máximo
Olvidándote de ti, claro.
Tú al lado de ella
Eres un pobre diablo
Muéstrate así, un Don nadie

Después llámala, seguido
Envíale poemas o frases
Tales como: “Mi vida lejos de ti es un asco”
Se muy detallista.
Y no cometas nada
Que tenga alguna connotación sexual.

Pero sobre todo no olvides las flores
No olvides las flores.


-la autora-

lunes, 18 de mayo de 2009

Tan Enamorada


Eran las dos de la tarde y ella estaba sin hacer nada, yacía acostada en la cama pensando en él, siempre estaba pensando en él, él era como una enfermedad para ella, cuando no estaba con ella, claro.
Se imaginaba que tocaba la puerta. ((Hola querida ¿Como estas?)) ((¿Ya llegaste? ¡Que sorpresa!))
La despierta el timbre del teléfono.
Ella atiende.

_Hola -dice ella-
_Hola Laura, -era su amiga Paz- Escuchame ¿Vamos a el bulevar nuevo de Fasola y Vignes? –Paz hablaba sin respirar- Y después también podemos ir a la plazoleta nueva que esta en frente de la estación, dicen que pusieron una fuente y hay peces en ella, quisiera alimentarlos.
_Me encantaría pero no puedo, esta tarde voy a hacer estofado. A la noche vendrá Julián.
_Ah ¿Te ha llamado?
_No, pero estoy segura que esta noche viene de improvisto y no quiero estar cansada para cuando llegue, quiero tener todo listo.
Uy que curioso – pensó Laura- me salió un versito.
_Pero ¿Por qué no lo llamas para preguntarle si va a ir?
_Estoy segura que vendrá, además a el no le gusta que lo llamen, quizá esta en una reunión importante y se enfadaría si lo molesto con una tontería como esa.
_Ay Laura, el no va a ir hoy, lo mismo te ha sucedido toda la semana.
_Si, pero hoy se que va a venir, tengo ese presentimiento.
_Ayer tenías el mismo presentimiento.
_Ayer estaba nublado, tendría que haberme dado cuenta que no iba a venir con el día así.
_Bueno, como quieras, solo te digo que hoy es un día hermoso y si seguís así, se te va pasar la vida.
_Él es mi vida.
_Si, ¿Encerrada todos los días esperándolo? ¿Eso es vida?
_Mira, yo se que hoy va a venir.
_Esta bien, no hay peor ciego del que no quiere ver.
Paz corta el teléfono. Laura hace un gesto de indiferencia.
((Ella es así porque no tiene nadie quien la ame)) Dice Laura.

Ya eran las diez de la noche y Julián no había ido a ver a Laura.
Laura lo había estado esperando con certeza, estaba tan segura que iría a su casa que cuando abrió lo ojos por la mañana pudo visualizar como él llegaba por la tarde.
Después de la desilusión empezaba la comedia de todas las noches.
Ella larga un alarido. Y se tira al suelo, haciendo un berrinche de niña chiquita.
((¿Por qué no viniste? ¡Maldita sea!)) -Grita Laura.
Llora con un pesar agónico. Se levanta y de un manotazo tira la olla de estofado por toda la casa, luego agarra la botella de vino tinto, la descorcha y la bebe desmesuradamente, sin respiro. Luego se arrodilla, se sostiene el cuello como si le faltara el aire. Suda y tiene taquicardia. Se desmaya, a los dos minutos se despierta y vomita. Definitivamente él era una enfermedad, claro cuando no estaba.

El Matrimonio Wallas, los vecinos cincuentones de la casa de junto, que siempre eran testigo de esta patética escena, murmuraban entre sí.
_ ¿Ya tiro la comida esa loca? –Pregunto el señor Wallas-
_ ¡Oh! me da tanta pena –dijo afligidamente la señora Wallas-
_Esta loca, vive casi todo el día encerrada, y luego empieza a tirar todo y a gritar.
_Es una pobre chica.
_Marta, esta loca.

Luego Laura se levanta. Se tranquiliza, va por un poco de azúcar, se lo pone debajo de la lengua. Limpia el suelo y luego toma un baño. La tormenta ya había pasado. Mañana era un nuevo día. Solo que ella tenia un presentimiento de que no iba a suceder lo mismo. Mañana prepararía pescado.


-La autora-

miércoles, 13 de mayo de 2009

Diagnostico: Escoliosis

Saber la verdad
Es un bien
Que pesa bastante
Y que hay que saber llevar…

Ella lo tenía todo
Una sonrisa perfecta
Un cuerpo hermoso
Y por supuesto, al hombre que yo amaba.
Y claro, yo también lo tenía
Solo que debía cargar con él
Y yo pesaba 50 kilos
Y el 80.

Los hombros se retorcían.



-La autora-