viernes, 4 de noviembre de 2011

Una ameba menos.

Era domingo y el reloj marcaba las seis y cuarenta y cinco de la tarde. Ya no soportaba más ese olor a cigarrillo que me producía un dolor de cabeza aun más insoportable. Yacía tirada en el sillón, totalmente nublada, era una ameba. En la casa, había miles de cosas por hacer, tender la cama, limpiar los platos de desayunos, almuerzos y cenas pasadas, barrer el piso, limpiar el baño y etcétera, además tenía que leer los apuntes de filosofía: Kant, no sé, solo recuerdo frases sueltas, “imperativo categórico”, “Revolución Copernicana” y bla bla bla. No tenía ni el más mínimo entusiasmo de seguir recordando.

Ya habían pasado dos horas y todo seguía en el mismo lugar, incluso yo, tirada en el sillón, tania ganas de que alguien hiciera todo ello por mí, pero no veía ni la mas mínima intención de la demás entes que me rodeaba, estaban igual que yo, idiotizados, quien sabe porque. Cada día que pasa estamos más apáticos, más idiotas, más vulnerables, más dependientes, más amebas.

Más, mas, mas. Que palabra infinita. Nunca nos es suficiente, nunca alcanza. Siempre es m á s.

Ya eran las 23 horas, el domingo se acababa, y aquí a mi alrededor había más mugre, mas platos, mas basura. Ya no lo aguantaba, algo tenía que hacer, además sentía como una lucha constante entre las ganas de levantarse y las no ganas. Era algo que me agobiaba, también me preguntaba… ¿Por qué demonios tengo que hacerlo yo? Los otros no están sintiendo esta lucha en su ser, están ocupados en la nada como unas amebas.

Estúpidas amebas.

Pasaron 10 minutos mas y un fuerte impulso me había puesto de pie.

Algo ya había cambiado y seguía siendo domingo.

No hay comentarios: